Luis Fernando Escalona


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La calavera del pirata

Publicado en la revista El búho.

La niebla era espesa y el mar estaba muy tranquilo. En medio de la noche, dentro de una balsa, el capitán y dos marineros se dejaban mecer por el ir y venir de las olas que los llevaban hacia una isla, donde se alzaba una extraña roca. La noche del naufragio les parecía lejana.

Cuando la balsa tocó tierra descendieron. Llevaban una linterna y sus espadas de media luna. Se encontraron con una playa virgen y silenciosa. Más allá, frente a ellos: la selva. Tomaron el sendero de los árboles, tratando siempre de caminar en línea recta con respecto a la roca. Conforme avanzaban, el viento se volvió como un canto de sirena que los invitaba a continuar.

El camino se abrió. Se encontraron de frente con lo que parecía ser sólo una elevación de rocas. Con ayuda de la linterna vieron de qué se trataba. Era una cueva en forma de calavera. La boca estaba formada con un hueco, y en la parte superior, dos semicírculos, que parecían haber sido tallados, formaban los ojos.

El capitán les hizo una seña y entraron.

La caverna era profunda. Escuchaban el agua cayendo desde algún lugar. Cuando alumbraron el techo, un grupo de murciélagos se dispersó huyendo de la luz. Sus alas fueron como crujidos que se repetían una y otra vez. El capitán desvió la linterna hacia el suelo encontrándose con un cuerpo inmóvil. Los marineros desenvainaron sus espadas, pero al contemplarlo mejor se dieron cuenta de que era el esqueleto de un pirata.

Se acercaron. El traje, que en algún momento pudo haber sido de color rojo carmín y holanes irregulares, no era más que un cúmulo de arena clara que se confundía con el polvo de las piedras. El cráneo estaba ladeado hacia la izquierda y la mandíbula permanecía abierta, cansada por el peso de los años. En su mano derecha sostenía un pergamino enrollado.

El capitán se agachó con cautela. Tomó el pergamino, al momento que una araña salía de su interior y se escabullía entre los huesos. Los marineros se acercaron, abrieron el manuscrito y lo contemplaron. La voz del viento se coló a la cueva haciéndolos estremecer. Entonces, el capitán leyó en voz alta el contenido:

“He llegado hasta aquí como se dispuso. El tesoro ha sido enterrado y ahora, antes de morir, firmo con sangre esta carta para sellar el pacto… Dimitri”.

El capitán dio vuelta al pergamino. Había tres firmas con sangre y una leyenda, cuyas letras eran diferentes a las anteriores:

“El barco está por naufragar y disponemos de Dimitri para que oculte el tesoro de las fuerzas del rey. Cuando lo haga, firmará con su sangre también. Nosotros, volveremos en la noche pactada… cien años después”.

Entonces, un halo de luz brilló y sus rostros fueron el reflejo de tres ancianas calaveras. Dimitri fue levantado por aquel resplandor y el círculo quedó terminado. Los piratas habían vuelto puntuales a la reunión.