Luis Fernando Escalona


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Obertura en La… presentación de "El Heptafonólogo"

7 de agosto de 2012.

Roberto López Moreno nació en Huixtla en 1942. Es autor de la teoría poética Poemuralismo, del movimiento laconista de poesía y de más de treinta libros publicados. Ha obtenido premios literarios muy importantes tanto en México como en el extranjero, entre ellos, el Premio Chiapas.

Su nombre aparece en una buena cantidad de antologías mexicanas, así como en el Diccionario de Escritores Mexicanos, editado por la UNAM. Su literatura abarca desde la poesía social hasta la erótica, pasando por infinidad de formas, técnicas y temas, incluyendo la poesía y los cuentos para niños.

Roberto López Moreno es un gran escritor. Pero Roberto López Moreno, también, es un gran amigo. Nos conocimos hace algún tiempo en casa del poeta Ignacio Martín. Aún recuerdo aquella tarde donde nos contaba sobre su viaje a China, los tiempos aquellos de lectura y de bohemia con otros artistas. Dejó sonando entre nosotros una marimba de amistad y risas, de sorpresa. Y lo fui conociendo. No sólo en su literatura, sino como persona, como amigo.

Roberto es un escritor curioso, inquieto. Encuentra la forma eterna de la poesía en el mundo y la comparte en sus letras. Es el primer escritor del que sé que compone música con sus escritos. Ahí retumban los tambores de la selva chiapaneca y susurran los ríos las maravillas del mundo, del instante y del ser humano. Roberto busca las palabras que aún no han sido creadas y las entrega a los lectores. Aporta al lenguaje y lo enriquece.

En alguna ocasión, ya lo cuento en el prólogo de este libro, me dijo que la tarea del escritor era reinventar el lenguaje. Roberto hace que el mundo que se recrea en su literatura viva y tenga ritmo propio, un compás que difícilmente podemos hacer vibrar en una partitura, porque pareciera que proviene de otro lugar, un sitio donde la literatura es ocasión que perdura.

Tuve la gran fortuna de contemplar una parte, una mínima parte del proceso creativo de Roberto cuando me entregó el borrador de El Heptafonólogo para la primera edición. Y luego, para la segunda, me hizo parte de este proceso. Lo compartió conmigo y eso, querido Roberto, es un regalo único, poético y musical que me hizo la vida a través de ti. Por eso: yo te doy gracias.

Si con esto que les cuento me quedé maravillado, ¡qué será si pudiésemos contemplar la elaboración de un libro completo! Admiro esa facilidad que tiene Roberto para pasar de un tema a otro, de un poema, de un cuento, de una esquina al centro mismo del universo blanco de la hoja. Roberto se sienta, mira y transcribe lo que sucede al otro lado de la puerta. Así es tan fácil para él, porque Roberto está tan vivo y quizá por eso sea tan prolífico, porque puede ver en otros mundos y compartirnos un fragmento de ellos, para gozarlos, imaginarlos y quizá, recrearlos también algunos de nosotros. Porque yo creo que el escritor es un trotamundos que tiene la virtud celosa de mirar en otras realidades paralelas. Somos un fragmento del poema universal y sabemos que los otros versos están en esas otras tierras que nos contemplan. Así en Roberto y en sus letras.

El Heptafonólogo es un recorrido desde el Do hasta La, pasando por ensueños sostenidos y bemoles fantasías. Los colores cantan en este libro. Son muchos mundos en un solo tomo, en una melodía que puede ser recreada una y otra vez, un compás infinito que se abre cuando el Caminante comienza el recorrido por la partitura, esa idea cíclica y universal que destella en la obra del autor.

En “El ciego Homero” se derrama el manantial milagroso en donde nace la música. En algún compás del libro, Roberto afirma que “el ave es un latido recitando entre las ramas”. Y sube la tonada, y suben los cantos y los instrumentos de la literatura. Y suben y suben y nos hace dar vuelta a la página, una dos tres. Una y otra vez.

Vemos aquel que conoce el rostro y el cuerpo de la música: Optímeno Arciniegas, o el sordo Urbina que podía leer los abecedarios del sonido.

En este libro hay aplausos acumulados en el estuche de un Cello. Hay tablaturas cargadas de ayeres. ¡En este libro el Do se pierde! ¡Y llora! ¿Por quién?

Los puentes de maderos son marimbas que hacen cantar a la selva chiapaneca. En “La marimba de agua”, cuento dedicado a Corazón Borraz (inventor de la marimba), encontramos que los ríos de Chiapas están afinados en cada una de las notas musicales. Pero la sinfonía de “La marimba de agua”, que inventó el sol y la noche, es interrumpida con cierta frecuencia por “la mano del hombre (la de la tala y el crimen)”.

En Roberto López Moreno, la selva, toda la naturaleza es una sinfonía de tum tum, de va y viene, de viene y va, de baja y sube, sube y va. Ahí, en algún lugar, encontramos un himno que ha negado a bajarse de los árboles. ¿Por qué? Mientras lo averiguas, lo verás de vez en vez cantando con los pájaros.

Hay por ahí un mago que usa las escalas graves para descender a los infiernos y las agudas para alcanzar las ondulaciones del cielo. Pero hay un momento en que ambos, cielo e infierno, parecieran tener algo del otro. Y hay también en este libro una guitarra sin orquesta que puede ser acompañada de una marimba. Dice Roberto que “madera con madera hacen fuego musical”. Y le creo. Le creo porque estos mundos existen y aquí los reúne en este libro. Hay más cantatas y partituras, pero eso ya formará parte de tu caminar por el ritmo de la lectura. Y bailarás. ¡Te aseguro que bailarás!

Ya para terminar, les comparto que Roberto y yo no sólo compartimos el amor por la escritura, sino por la música. Tenemos algo de músicos también. Y de las dos, de la música y la escritura, yo le he aprendido mucho. Gracias, Roberto, gracias de verdad.

Creo que eso fue lo que me hizo creer en este libro, amarlo y tener ganas de compartirlo con el mundo. Hoy, la marimba de las letras les pertenece a ustedes. ¡Háganla sonar!